Obra de Jonelle Summerfield |
Cristina,
como todos los días, estaba dando un paseo por las calles de su barrio y ya
andando a casa cuando oyó un sonido raro de la esquina de su calle. Parecía a
un llanto de adulto. Ya estaba crepúsculo y Cristina no podía ver claramente
que estaba pasando allí. Ella no tenía miedo pero algo dentro quería ir,
correr, escabullirse lejos de este lugar, de este llanto y de estas quejas,
porque se sintió que a partir de este momento todo va a cambiarse. Cristina no
quería esto, todavía no estaba preparada pero acercó a la esquina y vio un
hombre arrodillado en el suelo. Era el mismo chico del semáforo y otro –
triste, con cara ensangrentada y con dolor y vergüenza en sus ojos – al mismo
tiempo. Cristina no podía creer que el mismo chico con sonrisa no solo en sus
labios, sino también en sus ojos ahora daba vueltas de dolor y no quería elevar
su mirada a nadie. Cristina no entendió porque corrió rápidamente de este lugar
al mismo momento cuando el chico la vio. Corrió sin decir nada, sin pensar nada
y sin querer nada. Aunque su casa estaba cerca de esta esquina, Cristina no
entró en su escalera, no subo a su planta, solo corría sin destino. Después
algunos minutos o horas (el tiempo paró y Cristina no podía aclararse) ella
paró y observó su ambiente. Estaba cerca del canal. No había nada, solo árboles
desnudos rodeados de la noche ciega. Cristina cerró sus ojos y solamente en
este momento entendió que tenía ayudar a este chico en lugar de correr sin
decir nada. Después pensaba que no es su problema y que ya no puede hacer nada,
pero luego seguía acusando a ella misma. Regresó a casa con cabeza llena de
pensamientos oscuros, opresivos y pesados. No estaba capaz de olvidar este
chico y el comportamiento de ella misma. Encendió el incienso, empezó a
escuchar música y se sentó en la repisa de la ventana. Podía jurar que vio dos
ojos oscuros en esta noche oscura que estaban mirando a ella y diciendo
"Soy como tú, tú tampoco amas"…